Pisó la calle aún con lagañas en los ojos, sabanas en los pies y confiada de que el frío otoñal le despabilaría las venas y le devolvería la conciencia, pero ese martes de mayo el frío no fue suficiente. Se acurruco dentro del tapado, atrincheró sus manos en los bolsillos y camino con más prisa (toda cuanta sus pies pudieron lidiar con las sabanas violetas).
Camino al trabajo intentó reconstruir lo soñado, con mucha paciencia pero obviamente sin éxito. Sabia que tenia que encontrar algo en ese sueño. Recordó que todo transcurría en una casa de veraneo, aunque no sabia que era lo que la hacia de veraneo. Que gritaba su hermano? No lograba escucharlo.
La noche no dejaba del todo la ciudad y eso no la ayudaba a reaccionar, llegó a la oficina todavía entredormida. Ni el café lograba hacerla reaccionar. La pequeña araña de su sueño estaba ahora sobre su escritorio intentando convencerla de que esa no era su oficina, de que aun seguía en la cama y que la única forma de despertar era gritar.
Vencida por la impotencia ante la modorra, gritó tan fuerte que el guardia de seguridad de la puerta principal se presentó al instante con arma en mano y una gota cayéndole sobre la frente. Pero la araña seguía ahí mirándola jocosa.
Pasadas las horas, aún no se despabilaba y además de la araña inmortal sobre su escritorio, tenia la mirada del guardia que cada tanto pasaba para ver si estaba bien o si prefería que llamase a su hermana, que según él, era muy buena terapeuta.
Camila no era de las personas que predestinan los días acorde a como estos comienzan, pero esta ves se limito a tomar un taxi con destino a su cama. Viaje que supuso, pagaria la araña.
